Gorka Knörr Borràs. Secretario general de EA
Lo que sucede en la política francesa suele tener unas consecuencias,
un valor añadido europeo. «Cuando Francia se enfría, Europa
está acatarrada», dice el refrán. Y el último catarro
al que se ha llamado terremoto, catástrofe, cataclismo, vergüenza,
11 de septiembre político…, tiene también su lectura europea.
Incluso no es aventurado hablar en términos de que lo que ha sucedido
en Francia ha hecho que ésta actúe como el inconsciente político
de Europa.
Tras una segunda vuelta donde se salvaron los muebles, todo el mundo ha declarado
haber escuchado el mensaje, las inquietudes de la gente. ¿Pero qué
es lo que se ha escuchado exactamente? ¿Acaso hemos escuchado todos lo
mismo?
En todo caso, lo que parece claro es que esta Europa, de la que solamente se
suele hablar en claves y perspectivas monetarias y económicas, parece
haberse convertido, de repente, en un inmenso solar en construcción,
donde aparecen innumerables tomas de postura y artículos de prensa, como
si, impulsados por el rechazo a los autoritarismos emergentes, se hubieran liberado
ríos de ideas sobre cómo avanzar, dar más democracia a
la vida de las instituciones, acercar las preocupaciones de Bruselas a las de
la gente de la calle, cómo garantizar el desarrollo de su riqueza cultural
y lingüística, cómo hacer posible que las entidades regionales
y locales se integren desde la dignidad y la eficacia, dando respuesta a las
naciones sin estado. Cuestiones todas ellas que se arrastran en el viejo continente
desde la época en que se diseñaban las fronteras con la fuerza
de las bayonetas. Y parece como si se percibieran síntomas de renacimiento,
de reaparición de aquella esperanza nuclear que contienen los actos fundacionales
de la Europa de los países libres de la posguerra, lejos de la burocracia
y del economicismo paralizante actual. O, por lo menos, parecen apuntarse condiciones
más propicias para debatir sobre todo ello.
La Europa política
Todos, salvo los que militan abiertamente contra Europa, parecen estar de acuerdo
en que la principal enfermedad que padece la construcción comunitaria
es la falta de dimensión política; como también reconocen,
con un alto nivel de angustia, que los resultados electorales en Francia pueden
ser aprovechados para reforzar las posiciones menos activas en el seno de las
instituciones comunitarias, así como las de los sectores más recalcitrantes
y opuestos a la construcción europea. Estos días ha sido Francia,
como ayer fueron Portugal, Dinamarca, Irlanda, Austria. Y ahora, desde Holanda,
se oirán análisis y extrapolaciones más o menos interesadas
sobre las claves europeas del ascenso de tal o cual líder o movimiento
populista, atribuyendo al fantasma de la Unión Europea parte de las causas
del extremismo expresado en las urnas.
Debemos afirmar, sin embargo, que Europa no es el problema. Al contrario, puede
convertirse en la solución para contrarrestar el auge de los extremismos.
No obstante, no debemos cerrar los ojos y obviar lo que está ocurriendo
en el seno de la sociedad, muy especialmente en amplios sectores que se pueden
sentir descolgados y abandonados por las instituciones. Los extremismos de uno
u otro signo agitan el fantasma de la sociedad enferma, al borde del abismo,
ya sea por la amenaza de la emigración, o por la lacra de la inseguridad,
o de la globalización, o de la Europa aliada al maléfico imperio
yankee, que necesitaría la intervención de un hombre providencial.
Ante ello, el discurso antifascista no es suficiente. No podemos caer en el
simplismo de diabolizar a esos emergentes líderes populistas sin interrogarnos
sobre los problemas reales que les permiten influir tanto en la sociedad. Estos
líderes basan su carisma en la demagogia como se vio, ya antes de
su traumático asesinato, en el caso de Fortuyn, y manejan una gran
fuerza de atracción, mientras que sus opositores, la mayoría de
la sociedad, les hacemos frente con discursos recurrentes y con razonamientos
economicistas baratos, dejando la vía libre a la demagogia y a las soluciones
autoritarias y antidemocráticas.
Con el Tratado de Roma, hace más de medio siglo, nacieron las instituciones
comunitarias como diseño y proyecto político, e incluso ético,
de gran magnitud, con el objetivo de que nunca más se hicieran la guerra
los europeos. Y hoy, tantos años después, llama la atención,
y me preocupa, que los eslóganes de las manifestaciones de jóvenes,
estudiantes y capas de la sociedad que no han sido envenenadas por la agit/prop
de Le Pen, fueran el no pasarán de la guerra
civil española y el Petain ça suffit (Petain
ya basta), claros referentes políticos de acontecimientos de los años
30. Acontecimientos que, además, acabaron mal para el campo de la democracia
y de la libertad.
Europa está en una encrucijada; la ampliación a un bloque importante
de países del Centro y del Este nos planteará ordenar la casa,
lo que no significa camuflar nuestras miserias, nuestras limitaciones. Por el
contrario, nos obliga a evaluar con honestidad la eficiencia de los dispositivos
actuales de organización, de financiación de nuestras políticas
sectoriales, medir con honradez los grados de satisfacción de los ciudadanos,
arrancando del pesimismo y de la fatalidad a sectores importantes de nuestros
conciudadanos a los que esos nuevos bárbaros como Haider o Le Pen prometen
que sacrificando Europa aliviarán sus males.
No. A la barbarie, la xenofobia, y el autoritarismo, es preciso oponer más
y mejor Europa. Ellos saben muy bien que el mejor antídoto contra su
bilis de odio y venganza es Europa, y es por ello por lo que piden su desaparición.
Tras mucho tiempo de lejanía y dejadez, y tras la explosión de
graves crisis políticas en otros países de la Unión, hoy
lo que ocurre fuera de nuestros horizontes estatales es tema habitual de conversación.
Bienvenidas sean estas crisis, si sirven, al menos, para la construcción
de la democracia, de la política de carácter y dimensión
europea. Decía Balzac que en las grandes crisis, el corazón se
rompe o se curte. Ojalá que el corazón europeo salga de esta crisis
bien curtido y latiendo con la fuerza que requiere la construcción de
la verdadera Europa política.
Fuente: Eusko Alkartasuna