Existen trenes que no pasan todos los días. Hay algunos que tardan décadas en volver a la estación. Catalunya ha estado apunto de perder un tren que difícilmente iba a volver a pasar en un periodo breve de tiempo. Finalmente, in extremis, Junts Pel Sí y la CUP han acordado que el alcalde de Girona, Carles Puigdemont, sea el nuevo President de la Generalitat que encabezará el proceso independentista durante los próximos 18 meses.
Sin duda alguna, el resultado es bueno, porque lo importante es el objetivo, el procès. No obstante, existen ciertas cuestiones que merecen ser analizadas: el papel de la CUP y de CDC durante estos tres meses. Se puede decir, por una parte, que la CUP ha conseguido su objetivo más deseado: apartar a Artur Mas de la cabeza del Govern. Para ello, durante 90 días, las consecutivas asambleas del grupo han rechazado cualquier tipo de acuerdo propuesto por Junts Pel Sí –da igual cuál fuera la propuesta-. Solo tenían un objetivo en la cabeza: eliminar a Mas de la ecuación por encima, incluso, del propio procès.
Es bien cierto, también, que Mas, viéndose obstáculo, debería haberse retirado mucho antes. No obstante, hay que decir –sin querer elogiar la figura del ex President- que quien al final ha demostrado la altura de miras necesaria ha sido quien más cuestionado ha sido por la CUP.
Durante tres meses, la CUP ha dicho oír a sus bases a la hora de querer apartar a Mas –recordemos que Baños dimitió por considerar que su formación debía apoyar al candidato de JxSí-. Ayer, ambas formaciones llegaron a un acuerdo por el cual no solo dos diputados de las CUP apoyarán la investidura, sino que pasarán a formar parte de la “dinámica del grupo parlamentario de Junts pel Sí de manera estable”. Asimismo, la CUP ha aceptado “no votar en ningún caso en el mismo sentido que los grupos parlamentarios contrarios al procès y/o al derecho a decidir cuando esté en riesgo la estabilidad parlamentaria”. Lo que es, sin duda, una buena noticia.
El problema radica ahora en qué es lo que ha percibido la sociedad catalana sobre los partidos que van a gestionar el proceso de independencia. Durante 90 largos días de travesía en el desierto se ha logrado algo que debería haberse conseguido hace semanas y que solo se ha conseguido cuando la opción de convocar nuevas elecciones –que hubiese perjudicado al procès, pero también a ambas formaciones- era casi ineludible.
En este punto no se puede olvidar el papel tan valiente que ha tenido ERC que ha trabajado incansablemente para hacer de puente entre CDC y la CUP para que todo siga adelante. Es algo que la propia sociedad catalana ha percibido, solo hay que ver los excelentes resultados electorales de los últimos comicios.
Bienvenido sea el acuerdo. Ahora que los intereses partidistas parecen haberse quedado a un lado el proceso avanzará a buena velocidad, dado que primará lo único que importa: la voluntad soberanista ciudadana.