El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, continúa siendo el momento para celebrar los pasos dados en materia de igualdad y recapacitar sobre cómo superar las discriminaciones que continúan vigentes en nuestra sociedad.
“Mugarik gabe, aske” (Libres, sin límites) es el lema que Eusko Alkartasuna ha elegido para el Día de la Mujer de 2016 y la necesidad de empoderamiento el tema a desarrollar.
La (pseudo)igualdad legal ha producido en las generaciones más jóvenes la percepción de que la igualdad efectiva entre hombres y mujeres es hoy una realidad. Seguramente, influye en esta percepción el conocimiento diario de situaciones de mucha mayor desigualdad. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Nuestra sociedad está muy lejos de la igualdad efectiva y la violencia de género es solo la punta del iceberg de esta realidad, la más grave y sangrante, pero no la única.
Una mujer es asesinada cada semana en el Estado por el hecho de ser mujer. Pero el mismo sistema machista que genera esa sangría provoca también –sin que sean comparables- que en el Estado español suframos una de las brechas salariales de género más altas o que hace unos días una jueza preguntara a una víctima de una violación “si había cerrado bien las piernas” para tratar de impedirla.
El machismo, o heteropatriarcado, es el más universal y perfecto sistema de poder que existe: en todas las sociedades las mujeres tienen menos capacidad de decisión que los hombres sobre aspectos estratégicos de sus vidas. En todas.
Si nuestras amamas no podían trabajar sin el permiso de sus maridos, padres o hermanos; nuestras amas tuvieron que luchar por el derecho al divorcio o a decidir sobre su capacidad reproductiva. Las mujeres hoy tienen que coger los frutos de esa lucha para conseguir la realidad efectiva. Porque es una realidad que la mujer se ha incorporado al mundo público sin que se hayan producido los cambios necesarios en el mundo privado (en el hogar), con lo cual –a parte de la famosa doble jornada laboral- lo hace con unos lastres imposibles de superar.
El empoderamiento es una de las herramientas válidas para superar esa situación. Una palabra difícil pero cada vez más usada y también discutida en movimientos, por ejemplo, de Sur América, donde prefieren hablar de “agenciamiento” para quitar el “poder” de la ecuación que mide la relación entre personas.
El empoderamiento es el proceso de transformación mediante el cual cada mujer a su ritmo deja de ser objeto de la historia, la política y la cultura, deja de ser objeto de otros y se convierte en protagonista y sujeto de su vida. Es el proceso en el cual dejamos de ser la mujer detrás del gran hombre para colocarnos al lado; dejamos de esperar a que un príncipe nos despierte y nos salve para salvarnos a nosotras mismas. Por eso la mujer “se” empodera, nunca otros “la” empoderan.
Este proceso, que solo se puede hacer desde una conciencia feminista, puede comenzar dotando a las mujeres de recursos tan intangibles como la autoestima para propiciar otros como la participación en las estructuras sociales y el espacio político, por ejemplo.
Y esto no es fácil en una sociedad en la que nos dicen con qué juguetes debemos jugar, cómo nos debemos vestir, en qué debemos trabajar,… Por eso el empoderamiento empieza por una misma, no solo en cuanto a que es un proceso de dentro afuera, sino también a que nos empoderamos no solo respecto a la sociedad, sino también respecto a nosotras mismas, para tomar conciencia de que podemos hacer cosas que nos han dicho que no podíamos.
Los procesos de empoderamiento son diferentes para cada mujer y situación. Pero, como en todo proceso de cambio, la primera premisa para poder realizarlo es conocer el proceso en sí.
Este sábado tendremos oportunidad de hacerlo con una jornada que celebraremos en el Alkartetxe de la Parte Vieja de Donostia sobre Violencia machista y empoderamiento de la mujer.