La sociedad ha cambiado, las personas hemos cambiado y la forma de participar en política ha cambiado. Hay una práctica unanimidad sobre esta cuestión, sin embargo, parece que la novedad impide a todas las partes implicadas darle una respuesta adecuada al desarrollo y la plasmación práctica de esta realidad.
El 15M, que en Euskal Herria no tuvo el mismo desarrollo que en el Estado, ha terminado por ser el punto de inflexión de una forma de participar en política. La sociedad no es la misma que en el 2000 y menos la misma que en 1986, cuando nació Eusko Alkartasuna. La implicación de las personas en proyectos políticos o sindicales es mucho menor y también es diferente. Sin embargo, los partidos han cambiado poco.
Lo curioso es que incluso desde las mismas instancias que aseguran que hoy en día no es posible un partido político sin participación directa de la militancia en las decisiones, no se sabe responder de manera adecuada cuando esa participación deriva en un lógico y saludable debate de ideas y de personas para llevar adelante las ideas.
Tenemos el reciente caso del PSOE, que ciertamente ha vivido una crisis de calado, pero en el que se ha dado la paradoja de que quienes han defendido la necesidad de las primarias se han hecho de cruces porque la elección directa del secretario general deriva en un debate público. ¿Existe otra forma de hacerlo en el siglo XXI?
Da la impresión de que falta pedagogía en todos los ámbitos: partidos políticos, militancia, medios de comunicación y sociedad en general. Se insiste en que debatir, abrir la participación, tomar las decisiones de la manera más amplia posible es una exigencia, pero no se acierta a hacerlo sin dramatizar y llevar los términos al extremo. Si frente a un congreso hay debate intenso o desenlace ajustado, hay riesgo de ruptura; si el recuento muestra unanimidad o amplísima mayoría, se califica de “a la búlgara”; si hay diferentes equipos o personas, hay personalismos, y es difícil hacer un debate de ideas sin caer en la descalificación y lugares comunes.
Como consecuencia, los procesos que se exigen como necesidad de adaptación a los nuevos tiempos y se anuncian como oportunidad, quedan lastrados y provocan a los partidos más problemas que beneficios. Y, evidentemente, surgen resistencias a desarrollarlos de manera amplia.
El debate ante la necesidad de tomar una decisión no solo es bueno, es necesario y muestra la calidad democrática de la organización. Pero es más, si no hay debate, o no hay democracia o la militancia está desactivada y si éste no trasciende a los medios, es que el proyecto no interesa. Hagamos que lo que debe ser una oportunidad lo sea.