Los Presupuestos Generales del Estado son el mayor instrumento de que dispone el Ejecutivo para desarrollar sus planes, promesas e ideas. Un instrumento fundamental para el Gobierno y para la ciudadanía. Sin embargo, nunca se ha hablado tanto de unas cuentas públicas como en este aciago 2020 y EH Bildu ha sido protagonista de la mayoría de esos comentarios.
Las críticas, falacias más bien, sobre EH Bildu reflejan la rabia de una derecha que se revuelve ante la posibilidad de cambios en el Estado, cambios sociales, políticos y económicos que caminen, aunque muy tímidamente todavía, hacia la justicia social, terminen con los privilegios de unos pocos para beneficio de la mayoría y desmantelen los no pocos vestigios del franquismo que quedan en estamentos cruciales del Estado.
La derecha rabiosa teme también y de manera especial la posibilidad de que se abra la puerta a otros cambios, los de la organización del Estado, abordando el gran reto pendiente: dar voz a la ciudadanía de las naciones oprimidas por la Constitución de 1978 y avanzar en la construcción de la paz, la normalización y la convivencia.
Todo eso que hace rabiar a la derecha es lo que ha impulsado a EH Bildu a apoyar los presupuestos. Una decisión que, no lo vamos a negar, ha sido difícil. Y eso que Eusko Alkartasuna, partido independentista y de vocación institucional, ha participado desde su fundación en el Congreso y el Senado español, siempre con ánimo constructivo, aportando a normalizar las demandas nacionales de la ciudadanía vasca e incluyendo partidas importantes para Euskal Herria, viendo los Presupuestos como algo más que unas cuentas.
Efectivamente, los Presupuestos son más que las cuentas, son también un instrumento político. Parece que fue en otra vida, pero tampoco hace tanto, en 2005, Begoña Lasagabaster, diputada de Eusko Alkartasuna, cambió la postura negativa que mantuvo durante la tramitación presupuestaria a una abstención y lo explicó aludiendo no tanto a la materia presupuestaria, en la que había grandes desacuerdos, sino “al importante esfuerzo del Gobierno en materia de pacificación y normalización política”. Era 2005, el Gobierno de Rodríguez Zapatero y apenas cinco meses después vendría una tregua de ETA.
Era momento de los gestos de confianza, y se hicieron. Como ahora. Con mucha prudencia y realismo. La posibilidad de cambio que tanto enfurece a la derecha es modesta, pero la alternativa es terrible. El soberanismo vasco, también el catalán, han hecho gestos que están a la altura del momento, porque los resultados pueden ser históricos: hay mucho que ganar y también mucho que perder. Había que atreverse y nos hemos atrevido.
Sigue siendo una incógnita hasta dónde llegará el Gobierno. Pero sin el empujón de la aprobación de los Presupuestos no habría posibilidad de avances y la furibunda reacción de la derecha muestra que hay un camino que comienza a desbrozarse, y que necesita el compromiso del independentismo vasco y catalán, que está demostrando que caminando juntos somos más fuertes y determinantes.
El momento es trascendental, la amenaza de la ultraderecha y la crisis total que ha dejado la pandemia requieren implicación y soluciones. La alternativa a unos Presupuestos imperfectos es continuar con la privatización del sistema público, que una parte importante de la sociedad se siga quedando atrás, la recentralización, el empleo precario, que la brecha salarial continúe ensanchándose, criminalización de la inmigración, inacción ante la emergencia climática,… En definitiva, liberalismo puro y duro, que supondría continuar con las políticas neoliberales que han resultado inútiles para el reforzamiento económico y han provocado altas tasas de temporalidad, crecimiento de las desigualdades, vulnerabilidad del servicio público, valores individualistas y la destrucción del planeta.
Los Presupuestos aprobados con el voto de EH Bildu no son la panacea a todos estos problemas, pero marcan el inicio de un cambio que cuenta con nuestro compromiso. El independentismo vasco está a la altura. Esperamos que el Gobierno español también lo esté y sea lo suficientemente fuerte para sobreponerse a los ataques que las cloacas y los vestigios del franquismo le están lanzando.