10 años han pasado desde que Sabin Intxaurraga nos dejó, inesperadamente, en el mejor momento de su entrega como persona, como profesional y como político comprometido con su país y con su tiempo. 10 años que no han borrado la huella de su memoria para todos aquellos que tuvimos la suerte de conocerle, y de compartir vida y esperanza. Es así que recordar al hombre y su legado, fuera de toda tentación hagiográfica, resulte oportuno.
Con la perspectiva que da el tiempo, puede decirse que Sabin Intxaurraga fue un político que entendía muy bien el país al que representó en su Parlamento y al que sirvió en diferentes administraciones, para él, la más querida, el Ayuntamiento de Zeanuri, del que fue alcalde durante 3 legislaturas.
Sobre ese entendimiento construyó un ideario político exigente que le guio por los estertores de la dictadura, el inicio de la transición, la construcción del entramado institucional de Euskadi y en la gestión de diversas políticas públicas en las que imprimió su carácter, a la vez audaz y pragmático. De todos esos episodios que son historia reciente de nuestro país fue, de un modo u otro, protagonista.
No es objeto de este recuerdo realizar una minuciosa descripción de su vida pública. A esos efectos, baste recordar algunos de los reconocimientos que personas de diversas procedencias le rindieron en aquellos aciagos días de finales de diciembre de 2010 para hacerse cargo de la dimensión de su compromiso y del variado alcance de su actividad pública. Entre otros, antiguos colaboradores en proyectos y otras personas referenciales en el mundo universitario de Euskal Herria que firmaban un artículo conjunto, publicado en diversos medios, en el que calificaban a Sabin de modelo para la política vasca.
Modelo es verdad, en un tiempo y en un lugar sumido en incertidumbres y amenazas y donde el ejercicio de la política estaba entonces, como lo está ahora, tan necesitado de liderazgos basados en personas nobles y no precisamente de las consabidas estrategias partidistas, siempre pendientes de nadar lo justo para salvar la ropa, incluidos los disfraces de carnaval.
A lo largo de toda su trayectoria, militando en diversas organizaciones, Sabin alimentó un proyecto y ese proyecto permanentemente estuvo por delante de intereses materiales, e incluso de las siglas del momento. Conoció el silencio y la postergación y tuvo sus trances de oportunidad. Pero él nunca renunció.
Entendía que Euskal Herria, para desplegar lo mejor de sí hacia dentro y hacia fuera, necesita de un estado. Ni más, ni menos. Por eso, durante toda su vida trabajó en el independentismo. Un independentismo funcional, para sentar las bases de una sociedad más justa a la que aspiraba. Y en ese proyecto en el que ya estaban la defensa de nuestra cultura, la equidad y el progresismo, una institucionalización del país basada en la eficiencia y en el mejor servicio a los ciudadanos, fue incorporando nuevos alcances como el compromiso con el medio ambiente que a su vez le abrió ventanas a la solidaridad internacional. Es curioso que esa llegada a lo internacional parecía estar presente desde sus inicios cuando, muy joven, entendió la importancia de acercarse a otras culturas, lo que a decir de alguno de sus convecinos le convertía en un “Zeanistarra cosmopolita”, uno de los primeros. Por eso, en la diáspora vasca, y también en otras latitudes, la noticia de su pérdida causó tan hondo dolor.
Los hechos son evidentes; Sabin tuvo una larga trayectoria, pero no es fácil encasillarle como un político profesional al uso. Y no lo es porque una característica de su personalidad fue siempre arriesgar en beneficio de una idea. En cualquier contexto, no formaba parte de su estrategia un cálculo dirigido a cubrir la retirada.
Fueron muchos los episodios en los que ese afán por avanzar, por transformar, por mirar hacia adelante le empujaron a decisiones controvertidas. En el recuerdo, sus declaraciones como consejero de Trabajo manifestando comprensión de los motivos de la huelga general de mayo de 1999, convocada por los cuatro sindicatos mayoritarios, en favor de la jornada de 35 horas. Siendo consejero de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio le tocó vivir el mayor incidente ambiental de la historia de Euskadi; el hundimiento del petrolero Prestige y la terrible amenaza a la Costa vasca que ello suponía. Un episodio caracterizado por una acción decidida de un Gobierno vasco sin competencias en la materia que, ante la inacción del Gobierno central, movilizó recursos con capacidad creativa y consiguió minimizar el impacto de manera más que notable. Sin embargo, de esa época, quizás sea más recordado por ser el consejero de Medio Ambiente que propuso la apertura de debates públicos en relación con las grandes infraestructuras, con una posición nítida sobre la necesidad de conjugar la triple dimensión del verdadero desarrollo; la utilidad social, el rendimiento económico y la defensa integral del medio ambiente, local y global. Todavía en mayo de 2010, fuera ya de responsabilidades públicas, firmaba un artículo revelador de su pensamiento, en el que, en el contexto de la crisis fiscal, abordaba esa misma cuestión, reclamando la necesidad de establecer prioridades de inversión, poniendo de manifiesto la doble limitación de los recursos públicos y del territorio
“Ahobizi” apasionado en variados euskalkis y “belarriprest” más que eficiente en los idiomas que le permitían la colaboración con socios internacionales, su compromiso por el euskera fue una constante en su vida y le llevó a participar con su firma de consejero del Gobierno vasco en el primer número de Egunero, reacción inmediata al cierre de Egunkaria, avalando explícitamente la trayectoria limpia de aquellas personas injustamente detenidas.
Sabin fue ante todo una persona en el mundo. Un hombre de acción con momentos para la reflexión en la intimidad de sus travesías por el Gorbeia que tanto amó y a quien entregó su espíritu. Los que le tuvimos cerca recordamos lo que tantas veces nos decía; “prefiero ser condenado por haber errado en mis decisiones antes que por no haberlas tomado”. Era una sutil forma de conducir al equipo. Tampoco olvidamos quienes trabajamos con él, su personal método para la acción. Método que tomaba nombre de un antiguo empresario forestal de su querido Valle de Arratia y de la costumbre de éste a la hora de adiestrar, para trabajos en el monte, a gentes no familiarizadas con las herramientas de uso común como la tronzadora. Los que fuimos bautizados bernaolatarrak aprendimos cómo debía comenzarse un trabajo y cómo continuar hasta acabar. El exabrupto final se repetía con cada bautizo iniciático.
Abogó de manera vehemente por el reconocimiento de todos los derechos para todas las personas. Por eso, por su carácter injusto, por su inutilidad, no podía aceptar la violencia, las violencias que tuvieron atenazado a nuestro país durante demasiados años. Por eso, incapaz de aceptar un estado de cosas que tenía al país sumido en el dolor, no renunció a buscar salidas. Para ello, en su última época, respetuoso con su partido EA, pero de un modo libre de ataduras, tejiendo nuevas complicidades y asumiendo costes personales, colaboró discretamente en hacer posibles nuevos escenarios. No llegó a conocer la declaración de Aiete, y los pasos siguientes que culminaron con la realidad que hoy conocemos; indudablemente un país que está mejor, todavía en un proceso inacabado de superación de heridas y donde tan necesarias son personas de su perfil generoso.
Fruto también de aquellas complicidades, se aceleró un proceso que con el trascurrir de los años nos ha conducido a una situación en el que todas las fuerzas políticas principales de Euskadi explicitan su disposición a conseguir objetivos políticos por vías exclusivamente pacíficas y democráticas. Ello, además, hace viable una ordenación de los espacios políticos como corresponde al espacio Europeo al que pertenecemos donde la izquierda comprometida con el independentismo van ganando posiciones, y reconocimiento por su labor institucional, construyendo país y fortaleciendo la solidaridad con otros pueblos, especialmente en el estado.
En esta nueva realidad, Sabin se sentiría realizado. Una característica principal de su carácter fue mirar siempre hacia adelante. La nostalgia por un tiempo pasado nunca le embargó. Podía obstinarse en una precisión referida a acontecimientos históricos vinculados con algunas de sus grandes aficiones; la pelota, el bertsolarismo, pero su interés estaba en lo por hacer, en lo pendiente. En su último mensaje escrito del que podemos tener constancia afirmaba, cita textual, “Como dirían los republicanos irlandeses, de quienes podemos aprender muchas cosas, incluso de sus errores para que no los repitamos aquí, It´s Time for Peace and Politics / Bakerako eta Politikarako Garaia”
En esa proclamación se resume su legado.