El lehendakari Garaikoetxea subraya en una entrevista en ‘El País’ que “la oportunidad de acabar con el problema de ETA no tiene precedentes”.
Después de estudiar Derecho y Económicas y trabajar dos años en la empresa de Ángel Berazadi, posteriormente secuestrado y asesinado por ETA (p-m) en 1976, Carlos Garaikoetxea inicia a sus 24 años y como director de una compañía metalúrgica sus primeros contactos profesionales en Madrid de la mano del empresario Gumersino García. Allí llega como un novato que tiene que vérselas con los grandes popes del automóvil como Eduardo Barreiros, Claudio Boada o altos directivos de la Banca que le miran con cierta “ternura paterno-filial”. Siempre le toca tratar con gente mayor que él, que le doblan o más en edad, y eso le impide, quizás, disfrutar un poco de aquel Madrid “alegre” y “abierto” de esos años sesenta, al que viaja a menudo. “Eran tiempos en los que lo vasco cotizaba alto, por su mundo empresarial; por el Athletic, que ganaba alguna Copa, y hasta la ETA de aquella época que tenía una cierta aureola existencialista y antifranquista y no estaba tan mal vista”, recuerda ahora el exlehendakari.
En esos años, Garaikoetxea está muy comprometido con el mundo de las ikastolas, y tocando todas las teclas, sobre todo las eclesiásticas, que sugieren poner nombres de santos a las escuelas vascas para que tengan cierta vitola de respetabilidad, gestiona en Madrid los permisos. Pero esos contactos no son propiamente políticos. Esta actividad la desarrolla en el País Vasco, “incluyo Navarra en Euskadi”, organizando giras, bajo la cobertura de la cuestión foral, con gente tan variopinta como Urquidi, el director del Banco Guipuzcoano, o los empresarios Olarra y Aranzabal. Eran los primeros escarceos de intencionalidad política.
Es también la época en que mantiene relación con Manuel Irujo, quien le envía desde el exilio “papelitos” a través de un tal Inza, que esconde los recados en sus calcetines al pasar la frontera, y, sobre todo, con Juan Ajuriaguerra, el líder del PNV en el interior, quien le invita a compartir con él los contactos con la Internacional Democristiana.
Como miembro del PNV, Garaikoetxea acude a su primera cita con Joaquín Ruiz-Giménez en Madrid a principios de los setenta. “Ruiz-Giménez fue una persona especialmente cariñosa, incluso me presentó en una conferencia del Siglo XXI”, rememora. Más adelante, Ajuriaguerra, “ya cansado”, le pide que le sustituya en las relaciones internacionales del partido.
Cuando muere Franco y se celebran las primeras elecciones democráticas, como presidente peneuvista Garaikoetxea viaja poco a la capital, y solo cuando es nombrado presidente del Consejo General Vasco, cargo en el que sustituye a Ramón Rubial, inicia sus primeros contactos con Adolfo Suárez. El exlehendakari recuerda hoy con profusión de detalles su primera cita en La Moncloa, antes de las elecciones de 1977. “Estuvimos paseando por los jardines en una exploración mutua. Suárez fue desde el primer momento un hombre muy cordial, simpático. Me acuerdo que me dijo: ‘Ante los fotógrafos no me abraces como Tarradellas’, quien le había espetado: ‘Presidente, no me sueltes mientras nos hacen las fotos. La reunión tiene que ser importante, tiene que durar más de dos horas”.
En ese encuentro de “tanteo mutuo”, en el que Suárez quiso impresionar a su invitado afirmando: “Tengo un dossier así de grueso sobre ti”, Garaikoetxea trató de no entrar en demasiados compromisos, ni pormenorizaciones. Tanto, que le consta que el presidente afirmó luego: “He estado hablando con este hombre dos horas y no he podido sacar nada”.
Pero, en general, mantiene grata memoria de la hospitalidad de Suárez en aquella y en todas las numerosísimas citas que le siguieron. Estas reuniones dieron pie a muchas bromas, como la de que el presidente le ofrecía sus camisas para que no se fuera y continuara allí durante el proceso de negociación del Estatuto.
Garaikoetxea recuerda especialmente y con enorme gratitud cómo a la muerte de su madre, el día en que se firmaba el acuerdo sobre el Estatuto, Suárez puso un avión a su disposición para que pudiese asistir al funeral y regresar a Madrid, apremiado porque el asunto tenía que ir a las Cortes.
La negociación estatutaria no fue un “camino de rosas”. Para solventar las dificultades, el presidente y Garaikoetxea se reunían en La Moncloa en paralelo a la comisión mixta e iban solucionando los problemas. La negociación duró varias semanas, viviéndose momentos intensos y críticos en esos 15 días de julio. “Debo reconocer que en esas ocasiones y en otras, Suárez fue un hombre muy trabajador. Descendía a los detalles, si hacía falta hasta el amanecer, a diferencia de Calvo Sotelo, que tenía frases como decirme: ‘Carlos, ¿cómo vamos a empequeñecer nuestro dialogo descendiendo a los detalles?’. Luego no se resolvía nada y todo quedaba inconcluso”.
Suárez era la antítesis de Calvo Sotelo a ese respecto. “Era muy considerado, porque la cuestión vasca entonces pesaba más, y a él le criticaron mucho. Incluso hubo algunos periódicos de Madrid, de los más reaccionarios, que se indignaban porque organizaba, decían, ‘cenas de Estado’, cuando ministros del Gobierno como Gutiérrez Mellado y su esposa acudían con los consejeros vascos y sus mujeres a cenar juntos”.
Garaikoetxea precisa que el propio Rey le llamó tres veces en 1980 diciéndole que quería viajar al País Vasco porque había estado en todas partes menos en Euskadi e iban a pensar que “no tenía bemoles” para visitarla. En esas semanas, el Concierto y la policía autonómica, entonces cuestiones muy sensibles, estaban embarrancadas. “Me acuerdo que le contesté literalmente: ‘Mire usted, esto no podrá ser una fiesta mientras no haya un Concierto Económico y unos txapelgorris cuando usted llegue”.
“Reconozco”, prosigue Garaikoetxea, “que esto le sentó como un tiro al Rey, pero a la tercera ocasión, que fue por el mes de octubre, ya tomó alguna providencia en vista de la situación y apareció por aquí Suarez, y no por casualidad, en noviembre de 1980″.
Las negociaciones en curso se desatascaron en esa visita. “Mientras yo estaba con Suarez avanzando en los temas, el bueno de Xabier Arzalluz me boicoteaba poniendo las banderas a media asta o prohibiendo a José Maria Macua la recepción en la Diputación de Bizkaia, en medio de la desesperación de Marcelino Oreja, quien se había presentado allí con Suárez, y me llamaba: ‘Lehendakari, ven a salvar esta situación; una cosa tan terrible solo me había pasado una vez con Gadafi’. Luego me contó que el dictador libio le había tenido esperando en un jaíma un día entero”, remata Garaikoetxea.
Tras el lamentable episodio de la intentona golpista, Garaikoetxea se reúne tres veces en un mes con el nuevo presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo, quien antes ha negociado los famosos Pactos Autonómicos con Felipe González. El lehendakari se defiende contra esos pactos, porque constituyen una evidente cortapisa para las potencialidades del Estatuto vasco, como luego se demostró con su desautorización por el propio Tribunal Constitucional. Es la época de la LOAPA, y los desencuentros con Calvo Sotelo son permanentes. “Era un hombre correcto, con ese porte estirado, buen dialéctico y con ese sentido del humor que la gente no conocía, que no trascendía de su figura”, apunta Garaikoetxea.
Es también la época en la que en cada viaje a Madrid para entrevistarse con el Rey y con Adolfo Suárez aprovecha para verse con Santiago Carrillo y con Felipe González. “Carrillo era encantador. Fue un hombre siempre muy comprensivo con nuestras posiciones”, opina el exlehendakari. “Conocía bien este país, sabía de la realidad del País Vasco y de lo que aquí había de reivindicación real y no de generación artificiosa como se produjo con las 17 autonomías que establecieron un café para todos, pero que fue una complicación añadida. Y eso Carrillo lo entendía muy bien, y fue muy receptivo y muy constructivo en todos los contactos”.
“Tanto él como Felipe”, continúa rememorando Garaikoetxea, “siempre fueron muy amables conmigo y muy considerados. Venían al Hotel Palace, donde estaba hospedado. Por cierto, que a la segunda o tercera vez ya asomó por allí el puntilloso de Alfonso Guerra, quejándose de que la reunión no se hiciese en Ferraz. Tampoco le gustaban nuestras ruedas de prensa conjuntas”.
Con González los encuentros fueron bastante frecuentes, incluso con una aproximación personal por encima de lo estrictamente institucional o político. “En una de las reuniones que se alargaba me dijo: ‘!Oye!, que es el cumpleaños de Carmen [Romero]. ¿Por qué no subimos a cenar los tres?’ En este sentido siempre apreciaré la naturalidad y la aproximación personal, familiar y amistosa que tuvo Felipe”.
Han pasado los años de plomo, pero siguen siendo tiempos muy duros. Sin embargo, y pese a las buenas relaciones personales, Garaikoetxea recuerda esa época como negativa desde el punto de vista del desarrollo autonómico que es lo que le competía abordar.
En 1982, se produce la gran controversia con la posterior desautorización del Constitucional, pero el Gobierno de González impulsa una serie de leyes básicas que vienen a cumplir la misma función restrictiva que pretendía la LOAPA con carácter general. “Políticamente son años estériles”, destaca hoy el exlehendakari. En política interior su impresión se matiza en función del ministro de turno. Con Martin Villa son “más tensas” y “peliagudas”, mientras que con Juan José Rosón las relaciones directas con el entonces consejero de Interior, Luis María Retolaza, resultaron “cordiales” y “fructíferas”, sobre todo en el desarrollo de la Ertzaintza, “aunque se podía haber conseguido más cosas con él”.
Durante las presidencias de José María Aznar le tocan dos momentos muy diferentes. En la primera legislatura, cuando Aznar está recabando apoyos para gobernar, se encuentra con un personaje que de cerca se muestra menos áspero que en la distancia. Le dice incluso, siempre en un tono muy cordial:
-”Carlos, ¿tú no votarías ahora gustosamente esta Constitución?”
-”Yo sigo pensando lo mismo que entonces; mientras no se reconozca el derecho de autodeterminación…
- “!Pero que dices!”
Pocos años más tarde, la reunión que mantienen ambos tras el pacto de Lizarra resulta muy tormentosa. Garaikoetxea apunta que Aznar le preguntó con mirada “oscura” y profunda: “¿Habéis llegado a algún acuerdo con ETA?” Y él le contestó que no habían “consumado” ningún acuerdo. “¿Qué quiere decir eso de consumar?’ La misma palabra lo dice, añadí”. Garaikoetxea no quiso ser más explicito.
Lo que había sucedido es que se habían producido unas conversaciones de representantes del PNV y de EA, el partido fundado en 1986 por el propio Garaikoetxea tras la escisión peneuvista, con ETA.
El encargado por el PNV de contárselo le dijo que Arzalluz y él tenían que reunirse. “Como de costumbre, Arzalluz no apareció, y en la reunión que tuvimos en nuestra sede de Donostia, les dije: ‘Este acuerdo no puede asumirse así, sino que tiene que constar que el cese de la violencia implicará el cese de toda vulneración de derechos humanos, de toda expresión de violencia’. La tregua indefinida, que entonces creímos que era un logro sin precedentes, no podía ser objeto de interpretación unilateral, sino de todas las partes, sabiendo como ETA se las juega. Como me temía, Egin tergiversó el documento, sin publicar nuestras condiciones”. Su tensa reunión con Aznar fue su último contacto directo con un presidente del Gobierno.
Pasan los años. Garaikoetxea se considera hoy retirado de toda actividad política de cara a Madrid y no tiene relación con Zapatero. Pero esta vez sí desea abordar los últimos años y analizar la segunda legislatura socialista de cara a la situación vasca y al problema del terrorismo. “El fiasco de las negociaciones de 2006 produce ya un repliegue del Gobierno español y, desafortunadamente, tiene sus consecuencias en otro momento como el actual, en que la oportunidad de dar el finiquito al problema de ETA no tiene precedentes tan favorables, pudiendo haber coronado la legislatura de Zapatero con el gran éxito del fin de la violencia”, considera.
-¿Qué más podía haber hecho el Gobierno?
-”Ha habido inhibición, aunque sospecho que indirectamente seguirá habiendo contactos y que se sabrá a posteriori”, responde. “Es mi convicción, con todo el respeto al que diga lo contrario. Es una pena que entre el acoso del PP y la ruptura del 2006 no se haya acelerado el fin de ETA”.
-¿Qué se puede hacer además de pedir la disolución de ETA?
-”Tener un esfuerzo de diálogo para las cuestiones que están al final de estos conflictos, siempre como temas inconclusos, llamados técnicos: la verificación del cese, el desarme, la política penitenciaria”.
-¿Eso puede forzar a ETA a disolverse? ¿Cómo abordar entonces la situación de las víctimas?
-”Son cuestiones claves, sin las cuales el epílogo por lo menos va a durar, porque es muy difícil que una organización de 50 baje la persiana sin hablar de esas materias. Como es muy difícil también, a veces, cambiar el tipo de lenguaje que se pretende de quienes están ya abjurando de la violencia. Pedirle a alguien que maldiga todo su pasado es muy difícil, pero hay que saber leer en todas las expresiones que se formulan”.
-¿Tendrán que llegar al reconocimiento de sus errores y de las barbaridades cometidas?
-”Hay cosas que no tienen discusión”, enfatiza el exlehendakari. “Las víctimas necesitan y merecen siempre la compasión, en la acepción etimológica del término, el respeto y la solidaridad. Todas y en todo momento. Implícitamente, en el giro que ha dado la izquierda abertzale hay una autocrítica absoluta y su aceptación del rechazo de la violencia son pasos importantes. En cuanto a la posibilidad de que, cuando gobierne el PP, se pueda avanzar en esta cuestión, creo que la derecha no se verá hostigada como lo ha sido el PSOE. Si Rajoy es un hombre de Estado no puede desaprovechar la oportunidad. Lo tendrá más fácil cuando acabe la lamentable reyerta pública y la campaña electoral”, concluye.
Fuente: EL PAÍS