Carlos Garaikoetxea – Lehendakari En estos tiempos en los que parece que toman cuerpo expectativas de diálogo y negociación, y proliferan, quizá más de lo debido, declaraciones que auguran un futuro esperanzador para la convivencia en este Pueblo nuestro, perviven asuntos que constituyen auténticas contradicciones en ese camino de esperanza; herencias antidemocráticas del Azna- rismo, que emanaron de los tres poderes del Estado, perfectamente compenetrados en la concepción y aplicación de medidas legislativas reaccionarias y brutalmente represivas.
Si hablar de la ilegalización de partidos y organizaciones sociales o cierre de periódicos suena a cierto anacronismo además de «democracia a la turca» en esta época de nuevos talantes y actitudes negociadoras, el caso Egunkaria constituye seguramente el ejemplo más escandaloso de aquel vendaval antidemocrático.
La doctrina de un juez estrella, consistente en considerar integrante de ETA todo lo que, desde su convicción personal, podía tener alguna conexión con tal organización, condujo al disparate de llevarse por delante con igual furia iconoclasta periódicos, iniciativas culturales u organizaciones sociales y políticas representativas emanadas de la voluntad popular. Todo ello ignorando en tantos casos principios elementales como la presunción de inocencia, con la zafiedad jurídica propia de tribunales especiales de triste recordación.
En el sumario contra los responsables de Egunkaria las obsesiones y presunciones de culpabilidad del juez son la norma, y su consecuencia irreparable el final de un periódico, la agresión indiscriminada a todo un colectivo humano y un golpe demoledor al euskara, que había encontrado en Egunkaria una de las iniciativas más importantes para su esforzada presencia social. Si el sumario contra los dirigentes de Egunkaria constituyó un pésimo ejemplo de finura jurídica y sentido demo- crático, el conocimiento personal de algunos de los encausados nos reafirmó en la convicción de que se trataba de una agresión colectiva, indiscriminada, contra la que cualquier demócrata, vascófilo o no, tendría que reaccionar en nombre de la democracia.
El caso Egunkaria, exponente claro de otras desmesuras antidemocráticas a las que antes aludía, exige una reparación urgente de parte de los poderes del Estado si, de verdad, quieren recuperar ese nuevo talante democrático y dialogante al que tanto se alude últimamente. El momento procesal del caso permite que este lamentable enredo no vaya a más, y esperamos que nadie, en nombre de la separación de poderes, quiera convencernos de que tal cosa es imposible, cuando éste y otros casos en su origen son el producto más evidente de las interferencias políticas en las actuaciones judiciales, y el resultado de unas condiciones políticas creadas por los predecesores del actual Gobierno. Muy al contrario, debemos afirmar nuestra convicción de que el poder judicial tiene un claro asidero en las propias leyes para acabar con este despropósito.
Las fuerzas de la reacción siempre se hacen presentes cuando hay que dar pasos valientes, a veces arriesgados, en la vida política. Y las fuerzas de la reacción, por desgracia, suelen hacerse notar en todos los poderes del Estado. En estos momentos de esperanza, de apuestas valientes, el sobreseimiento de un caso como el de Egunkaria y la restitución de los derechos y la dignidad arrebatada injustamente a sus dirigentes constituirían una credencial insoslayable para quienes aseguran ser portadores de un nuevo talante democrático, cualquiera que sea el poder del Estado en que ejercen sus funciones.
De lo contrario, difícilmente podremos confiar en su capacidad para arrostrar los desafíos de estos tiempos de esperanza. Pero, en cualquier caso, algo deberán tener claro: Cuando en este País se cierra un periódico, se asfixia una iniciativa cultural, o se hacen inviables ikastolas y centros de euskaldunización, (como en Navarra), las víctimas del atropello reviven como el ave fénix de sus cenizas, reencarnándose de inmediato en proyectos similares, porque detrás de esas iniciativas no hay delincuentes, sino la realidad de un pueblo que lucha por su cultura, su lengua y su propia supervivencia. -
Fuente: Carlos Garaikoetxea