Joseba Azkarraga es consejero de Justicia, Empleo y Seguridad Social del Gobierno vasco
El delegado del Gobierno en el País Vasco, Enrique Villar, se acaba de superar a sí mismo en un insultante artículo de opinión que resulta indigno de cualquier persona con una responsabilidad como la que, al menos en teoría, tiene asumida el sujeto en cuestión. Es cierto que no sorprenden ya las innumerables salidas de tono del mencionado individuo, pero es que a su habitual falta de equilibrio y evidente mala educación une, esta vez, acusaciones que no pueden ni deben quedar sin pública respuesta.
Villar no aprendió jamás, y es muy tarde para que lo asuma, que el ejercicio responsable de un derecho fundamental, como lo es el que afecta a la libertad de expresión, no significa bula para decir lo que uno quiera, cuando le venga en gana y como se le antoje. El delegado del Gobierno puede, ¿cómo no!, tener su opinión sobre la sociedad vasca y sobre los acontecimientos que en ella se desarrollan. Pero de ahí a pretender que su versión, acicalada con decenas de adjetivos injuriosos, es la única que responde a la verdad, hay una distancia tan grande como la que separa a un demócrata de quien no lo es.
Ya sabemos, porque él mismo lo ha declarado, que el delegado de Aznar en la Comunidad Autónoma Vasca sueña con el día en el que verá sentados en el banquillo al lehendakari del Gobierno vasco, Juan José Ibarretxe, y al presidente del Parlamento, Juan María Atutxa. Parece su gran objetivo. Por ello podría no llamar ni siquiera la atención que en su tribuna, «Los voceros de ETA», Villar califique de «indigno de su puesto» al responsable del Departamento de Justicia. Así se lo parece por el hecho de que yo mismo haya dado credibilidad a las palabras del director de «Egunkaria», Martxelo Otamendi, cuando relató los malos tratos sufridos durante su estancia en dependencias de la Guardia Civil.
Villar no tiene reparo en mentir cuando asegura que doy por hecho que la Guardia Civil ha torturado. Si se atuviera a la verdad de los hechos, cosa que habitualmente evita, tendría que decir que solicité una investigación inmediata de lo sucedido en las referidas dependencias policiales. Recordaré que lo dije tras recalcar que siendo la verdad un valor supremo, y más cuando la invoca un profesional de la informa- ción, el relato de Otamendi me ofrecía suficientes muestras de verosimilitud como para despejar toda sospecha con una investigación eficaz.
La verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero, pero para Villar lo que diga un «presunto terrorista» como Martxelo Otamendi carece, al parecer, de todo valor. Si alguien se lo da, y pienso también en el presidente del PSC, Pasqual Maragall, se expone a un linchamiento. Eso es lo que el PP ha ensayado estos días con el candidato socialista a la Generalitat y lo que a menudo practica con cualquier representante del nacionalismo vasco que no se avenga a las consignas. Debe ser que la derecha tiene ahora nuevas interpretaciones sobre lo que se entiende como tolerancia hacia el discrepante.
En la encanallada lista de oprobios que Villar me reprocha incluye mi oposición a la Ley de Partidos. Se trata de una postura que nunca he ocultado y, sobre todo, que he razonado. Se podrá discrepar de los argumentos, pero evocaré que mi rechazo político a la Ley, que se diseñó y puso en marcha para ilegalizar a Batasuna, se ha fundamentado desde el primer momento en su dudosa constitucionalidad porque vulnera, al menos así lo creo, derechos fundamentales y principios democráticos.
Cuestiona Villar mi imparcialidad por avalar que el Departamento de Justicia subvencione con fondos públicos «los viajes de los familiares de los asesinos de ETA». El descaro y la demagogia de tal afirmación resultan lastimosos porque Villar sabe que es un tribunal, del que forman parte, entre otros, magistrados del Tribunal Superior del País Vasco, el que decide la concesión de ayudas económicas a las distintas asociaciones que lo solicitan, según los requisitos establecidos y que, entre ellas, se encuentra la de familiares de presos de ETA. Podría recordarle que también desde Instituciones Penitenciarias se ha venido manejando un fondo de ayudas para viajes de familias de presos. Pero, seguramente, al locuaz delegado gubernamental los datos no le importan porque invalidan su argumento.
Lo que Villar se ha propuesto es meter al Gobierno vasco y a todos sus miembros en el lote de amigos de ETA, abrigando, al parecer, la esperanza de que como tales se sienten un día en el banquillo. No en vano ya aventó sus deseos en ese sentido y da pruebas de que no ceja en lograrlo, cuestionando sin recato alguno el talante democrático del Gobierno y de los partidos nacionalistas que lo sustentan.
Según se traduce de sus posiciones, defender la independencia y la soberanía está vetado a quien ejerce una responsa- bilidad de Gobierno. ¿No habíamos quedado en que la democracia no criminaliza ideas? Tendría que recordar que el partido al que pertenezco, Eusko Alkartasuna, recoge en sus estatutos la defensa del derecho de autodeterminación y la independencia. Soy miembro de ese partido y es lo que defiendo, aunque convendría que nadie olvidara que siempre hemos dicho que ese objetivo no merece derramar ni una sola gota de sangre.
El humanismo que EA profesa es radicalmente incompatible con la estrategia de ETA y con los fines. Lo decía nuestro programa electoral de 2000, en el que afirmamos que quien utiliza medios inhumanos no sólo conculca valores sagrados e intangibles sino que prostituye y mancha los propios fines por los que dice luchar. Por mucho que algunos se empeñen en mezclar a todos en la misma salsa, EA ha demostrado que nunca será compañera de viaje de quien no anteponga a sus objetivos el respeto más exquisito a la dignidad y la vida de las personas.
Mantiene Villar que ETA es nuestro enemigo cuando, siendo este extremo lo único cierto de su mensaje, él ya ha elevado al nacionalismo vasco a la categoría de enemigo mayor. Le anuncio al delegado que su insistente apelación a la mentira, sus habituales denuestos contra quienes no piensan como él, su insoportable afán de ofender no convertirán en realidad sus deseos. La falta de crédito que Villar se ha labrado a pulso entre los ciudadanos vascos contribuirá al fracaso de su empeño en avivar enfrentamientos. Este hombre ha perdido toda capacidad de influir sobre la realidad y de mantener una relación normalizada con sus conciudadanos, sean del credo político que sean. Ha demostrado servir para poco más que para vociferar. Y es lo que hace. Sólo vocifera.
Fuente: Joseba Azkarraga