La verdad es que Rajoy lo tenía muy fácil. La incalificable actuación del PSOE, no ya en la última sesión de investidura sino durante el último año, y la confirmación de que la prioridad de Podemos no es echar al PP sino ganar poder con el objetivo del sorpasso, se lo han puesto muy fácil.
Y en esta situación, lo más destacable del nuevo Gobierno español son los equilibrios que Rajoy ha hecho para contentar a los distintos grupos de poder de su partido. Hasta qué punto pierde poder Soraya Sáenz de Santamaría por dejar de ser portavoz, qué significa el nombramiento de María Dolores de Cospedal para el partido dado su cargo interno, si De Guindos y Montoro están satisfechos pese a sus conocidas discrepancias,… Esto es todo lo que hay que analizar en el nuevo Gobierno del PP, la lectura interna de los nombramientos.
En clave interna también hay que leer que, a pesar de los insistentes rumores que situaban a Javier Maroto y Pablo Casado en un ministerio, ninguno de ellos ha entrado. Casado y el ex alcalde de Gasteiz son, junto con Andrea Levy, los dirigentes del PP con más proyección y futuro y quienes más dureza han mostrado contra los escándalos de corrupción que vive el partido, irónicamente porque Maroto está inmerso en un proceso por el tema del sobrecoste de los locales de San Antonio. La postura de quienes han sido retratados como “los jóvenes valores del PP” llegó a incomodar a Rita Barberá y su inclusión en el Gobierno hubiese podido interpretarse como un intento de lavado de cara en materia de corrupción. Pero ni eso. ¿Para qué, si no le hace falta?
Sin ni siquiera este gesto y con el mantenimiento del núcleo duro de los ministros al frente de las carteras económicas hay pocas posibilidades de que el nuevo Gobierno muestre un nuevo talante.
Si a esto se le añade que es bastante evidente que el PSOE no tiene prisas por ir a unas nuevas elecciones en este momento de descalabro interno, parece que el Gobierno español tendrá pocos problemas para seguir la línea de los últimos años.
Con respecto a Euskal Herria, tampoco hay razones para pensar que habrá buenas noticias. En Nafarroa preocupa la negociación del Convenio Económico, con la incertidumbre de si Madrid aprovechará para castigar al Gobierno del cambio e intentar ahogarlo. En la CAV, la eterna pregunta es si el PNV intentará sacar algo de un Gobierno en minoría.
El papel de Aitor Esteban en el pleno de investidura, cuando dio la mano a Mariano Rajoy tras ser nombrado presidente –también se pudo apreciar cómo Soraya Sáez de Santamaría daba a Esteban, cariñosamente, unas palmaditas en la espalda-, y el hecho de que éste se ausentase de la comisión de Asuntos Exteriores impidiendo que prosperase la iniciativa de ERC para investigar el papel y la responsabilidad de José María Aznar en la guerra de Irak, hace pensar que los jeltzales quieren retomar el diálogo con Madrid. Por supuesto, serán conversaciones discretas, sin fotos ni interlocutores públicos. En todo caso sabemos que no será nada trascendental, ya que llevamos años de negociaciones y acuerdos que ni siquiera se ha conseguido completar el Estatuto.
Así que, en la medida de que Madrid quiera mandar dinero a Euskal Herria, avanzarán las obras del TAV, que el PNV venderá como un gran logro de su capacidad de acuerdo y gestión, pero poco más. Los grandes retos de la sociedad vasca seguirán siendo asignatura pendiente, y lo que es más grave, parece que lo serán también en Euskal Herria, porque el elegido por los jeltzales para acompañarles en la gobernabilidad de la CAV –la semana que viene veremos seguramente en qué forma- tampoco van a permitir avances en materia de soberanía y paz definitiva.