Esther Larrañaga Galdos, Consejera de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio Cuando hace apenas dos años, el Comité Nobel concedió el Premio de la Paz a Wangari Muta Maathai, mencionó como razones de esa decisión su contribución al desarrollo sostenible, la democracia y la paz. Y elogió, explícitamente, dos cosas: su labor al frente de la Fundación Green Belt Movement (Movimiento Cinturón Verde), que en las últimas tres décadas ha conseguido movilizar a las mujeres africanas a plantar alrededor de 30 millones de árboles; y junto a ello su valiente lucha contra la opresión política.
Lo que no pudo reflejar el jurado del prestigioso galardón, porque no cabe en un papel, es otra cualidad que la insigne profesora keniana ha derrochado en su reciente visita a Euskal Herria y que, a mi entender, es la clave esencial del éxito de su cruzada ambiental. Me refiero a su extraordinaria calidad humana. En los tres días que ha durado su visita, Wangari Maathai ha sembrado en nuestra tierra, con una sencillez sólo comparable a su talla intelectual, el mensaje del auténtico desarrollo sostenible. Ese desarrollo sostenible con vocación global y que abarca aspectos como la igualdad entre hombres y mujeres, la democracia, la participación, la transparencia o la justicia social.
Hemos aprendido mucho de esta gran mujer, con la que compartimos una serie de valores por los que merece la pena luchar. Compartimos la convicción de que un desarrollo que hace perdurar las desigualdades no es duradero, y, desde luego, tampoco merece la pena que lo sea. Coincidimos en que no hay lugar en este siglo XXI para un modelo de desarrollo que no proteja sus activos ambientales. Creemos, como ella, que el conocimiento ha de ser la base esencial para poder diseñar políticas medioambientales acertadas, como pretendemos hacer en nuestro país con el apoyo de los académicos y especialistas. Nos une la fe en la conveniencia de aplicar siempre un principio que la profesora Maathai lleva a la práctica: Think global, act local (Piensa globalmente y actúa localmente).
Todo eso, y mucho más, compartimos con la profesora Maathai. Compartimos la grandeza de un pequeño gesto como plantar un árbol. Y suscribimos, igualmente, su afirmación de que la situación del medio ambiente en cualquier lugar es el reflejo del modo en que allí se gobierna, y que sin un buen gobierno, no puede haber paz. Porque estas palabras, pronunciadas por nuestra ilustre invitada en su discurso de recepción del Nobel de la Paz de 2004, constituyen una reivindicación nítida y certera del medio ambiente como un derecho humano esencial e inalienable, en pie de igualdad y estrechamente conectado a otros derechos individuales y colectivos que asisten al ser humano.
Es evidente que son muchos los problemas que aquejan a la humanidad, y jerarquizarlos sería, cuando menos, arriesgado. Pero estoy convencida de que la preservación del medio ambiente y la biodiversidad y la lucha contra el cambio climático deben situarse, y deben hacerlo ya, entre las principales prioridades de la acción de cualquier gobierno, para que ese gobierno sea, como diría la profesora Maathai, un buen gobierno. Entre otras cosas, porque la transformación del clima agrava de forma trágica muchas de las lacras que asolan el planeta.
Un compromiso global del que el convenio suscrito por el Gobierno Vasco con la Fundación que preside la premio Nobel para compensar las emisiones de CO2 inevitables en la acción de todo gobierno a través de la plantación de más de 230 mil árboles en Kenya es sólo una mínima pero simbólica muestra que, en cualquier caso, permitirá también potenciar el desarrollo de comunidades locales de aquel país y, especialmente, impulsar la promoción de la mujer. Sin perder de vista que la prioridad de nuestra política de lucha contra el Cambio Climático sigue siendo reducir las emisiones de CO2 y mitigar los efectos de la transformación del clima.
Creo que no exagero al afirmar que, en el arranque de este nuevo curso Maathai ha sido un soplo de aire fresco. Un aliento a nuestra tarea de intentar que Euskadi siga avanzando en el camino emprendido. Espero y confío en que su voz, su ejemplo y su palabra sean también en esta tierra la simiente del compromiso firme y activo con el medio ambiente y la sostenibilidad. Porque no debemos engañarnos: también quienes formamos parte de las sociedades más acomodadas hemos de ser conscientes de que no somos meros espectadores, sino actores que comparten un único escenario, un único planeta, y de cuyo comportamiento cotidiano dependerá en gran medida la calidad ambiental del presente y, sobre todo, del futuro.
Fuente: Esther Larrañaga