Begoña Errazti, presidenta de Eusko Alkartasuna
Hoy sábado, 15 de febrero, millones de personas participaremos en los actos y movilizaciones convocados en todo el mundo en oposición a la guerra contra Irak. Pocas veces en la historia el rechazo a una intervención bélica ha sido tan amplio y extenso, frente a los argumentos tan endebles esgrimidos para tratar de justificarla.
El fantasma del miedo alimentado por Estados Unidos (a las armas de destrucción masiva, a una guerra biológica, a atentados…) no ha conseguido desviar la atención de las razones económicas de esta guerra: acceder al control del petróleo iraquí y afianzar un orden geopolítico bajo la hegemonía de EEUU; ni ha logrado adormecer la conciencia de los ciudadanos, que se niegan a ser cómplices de semejante maniobra y masacre.
Nadie con convicciones democráticas firmes puede considerar la guerra una opción moral y políticamente aceptable. Nadie realmente comprometido con los derechos humanos y las libertades fundamentales puede defender el recurso a la violencia como una alternativa admisible.
Hay quienes consideran que el derecho a la vida, el primero y más básico de los derechos reconocidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, es cuestionable en función de los intereses, y algunos líderes políticos parecen opinar que ejercer la violencia es justificable según los réditos políticos o económicos que aporte la acción, y su eficacia para alcanzar determinados objetivos.
Así parece ser para el presidente norteamericano, George Bush. Y así parece ser para el Gobierno de José María Aznar y su partido, que ya han anunciado públicamente que harán propaganda a favor de esta guerra. No sólo han comprometido a los ciudadanos en la contienda haciendo oídos sordos al clamor de toda la oposición así como de importantes sectores sociales, sino que, además, tienen la intención de invertir dinero en defender la bondad de las armas. Un horror.
El seguidismo exhibicionista de Aznar respecto a Bush no ha dejado lugar a dudas sobre la posición del presidente español, pero, ¿cuál es la postura del presidente navarro? No oponerse a Aznar. Si bien presionado por las circunstancias y la crítica unánime de la oposición ha dado libertad a UPN para acudir a las manifestaciones de hoy, lo cierto es que institucionalmente no ha condenado la guerra.
Hay que recordar que Navarra rechazó mayoritariamente la integración en la OTAN, y que ha sido una Comunidad pionera en el movimiento de la insumisión, habiendo encabezado durante años la lista de jóvenes encarcelados por esta causa.
Pero no sólo los partidos y representantes de la izquierda nos hemos alzado ante el crimen que se avecina. La propia Iglesia -su Iglesia- se ha manifestado pública y reiteradamente en contra de esta guerra. De hecho, ésta ha sido una de las pocas ocasiones en los últimos años en que el Papa Juan Pablo II ha expresado con tal rotundidad su negativa a una intervención de estas características.
En definitiva, ¿qué diferencia a los iraquíes de nosotros para que su vida valga menos que la nuestra? Nos dicen que nosotros somos demócratas, mientras que ellos viven sojuzgados bajo un régimen tirano por cuya excusa soportan, además, el embargo de sus aliados occidentales desde hace años. La realidad, como todo el mundo sabe, es que Irak es uno de los pocos países con petróleo cuyo régimen se escapa al control norteamericano. Por eso van a morir.
Tal es el despropósito de esta guerra, el desprecio a la vida humana de quienes la promueven y la apoyan, que ni siquiera se molestan en aportar pruebas convincentes, o no son capaces de hacerlo. Lo cierto es que vivimos un momento en el que el concepto de seguridad parece servir para justificar prácticamente cualquier cosa. Se hace recaer la carga de la prueba siempre sobre el contrario, que debe justificar su inocencia en vez de tener que demostrar el acusador la culpabilidad, invirtiendo así la lógica de la justicia y el derecho.
Cuando las razones son inconfesables se apela al miedo. Tal vez debamos pararnos a pensar en la coincidencia entre el recrudecimiento repentino de la situación política en Venezuela -también poseedora de petróleo- y la inminencia de la guerra contra Irak, que previsiblemente, a corto plazo, disparará el precio del barril. Entonces entenderemos cuánto valen las vidas humanas para algunos.
Quienes creemos realmente en los derechos humanos y las libertades fundamentales no podemos aceptar el uso de la fuerza como única alternativa para conseguir ningún objetivo. En cualquier situación de tensión, la única actitud posible es agotar todas las vías democráticas. Y lo único que nos queda ante la prepotencia de esta guerra interesada es oponernos pacíficamente.
Es curioso que quienes a diario se conceden a sí mismos la exclusiva en la defensa de los derechos humanos y las libertades sean hoy quienes nos invitan abiertamente a la guerra. Esos mismos que a diario ponen en tela de juicio el calado democrático de partidos como Eusko Alkartasuna, que siempre y en todos los lugares hemos reclamado el respeto y la defensa activa de los derechos humanos y las libertades fundamentales de todas las personas. Nuestras convicciones nos impiden entender tal incoherencia, porque el respeto y la defensa de la vida, la libertad, los derechos individuales y colectivos forma parte de nuestro propio ser, como corresponde a cualquier demócrata.
Sinceramente, espero y deseo que seamos muchas las personas que nos movilicemos en todo el mundo en contra de esta guerra inícua, en contra de la muerte de inocentes, cuyo único crimen es vivir bajo un tirano y sobre petroleo. Desde estas líneas, solidaridad y esperanza.
Fuente: Begoña Errazti