A partir del cese definitivo de la violencia de ETA, en el año 2011, se abre un nuevo tiempo que posibilita la consecución de la tan necesaria convivencia en nuestro País, al tiempo que se inicia un proceso en el que se dan cita distintos retos y trabajos; entre ellos, la mirada crítica al pasado se destaca como una de las primeras tareas a realizar.
La construcción de un presente-futuro de respeto a los derechos humanos tras el impacto de la violencia nos compromete con una valoración de nuestro pasado de manera colectiva e individual y esta no es una empresa fácil. Mirarse al espejo sin engaños puede resultar doloroso y requiere audacia y valentía para vernos reflejados en conductas que reprobaríamos en “los otros”.
Así, poner proa hacia una cultura de paz requiere de cambios profundos en nuestras actitudes, mirar la realidad desde otras perspectivas y reconocer nuestras responsabilidades en lo ocurrido.
En nuestro país se han producido violaciones de derechos humanos y otros hechos de violencia -desde la violencia causada por ETA hasta la de los cuerpos policiales del Estado- que han causado un enorme sufrimiento, tanto a las víctimas directas como a sus familias y personas allegadas. Se trata, por tanto, de una situación que hay que abordar con cuidado, por tratarse de hechos traumáticos que han marcado el devenir de personas y familias enteras.
Sin embargo, todas estas cuestiones relacionadas con la memoria han generado y generan debate, desacuerdo y, en distintos momentos, han aumentado la polarización social entre las diversas posiciones ideológicas.
La preocupación es cómo abordar una memoria compartida sin que ello provoque mayores cotas de polarización social. Los procesos de la memoria deben ser abordados de manera que puedan contribuir a la regeneración del daño causado y a la construcción de una convivencia pacífica.
La recuperación del tejido social nos tiene que conducir a practicar unas relaciones de respeto entre grupos que tienen diferencias políticas, sin que éstas supongan una ruptura o den lugar a enemistades o desconfianzas.
En este sentido, una situación de polarización política y social como la nuestra nos exige buscar criterios sólidos sobre los que apoyar cualquier trabajo que trate sobre la memoria. Es preciso, por tanto, acudir a la idea de los derechos humanos, por ser universalmente aceptados como los instrumentos arbitrales capaces de distinguir lo justo de lo injusto.
El proceso de trabajo de la recuperación de la memoria al servicio de una nueva convivencia en paz debe poner su epicentro en ese mínimo consensuado de respeto a los derechos humanos. La mirada al pasado a través del tamiz del respeto a los derechos humanos es más clara y sólida. Ese es el campo de acción en el que se establecen los límites de respeto en las relaciones humanas y desde donde se pueden levantar nuevas formas de relación y convivencia pacífica.
Durante estos últimos cuatro años la Dirección de Derechos Humanos y Memoria Histórica de la Diputación Foral de Gipuzkoa ha promovido diferentes programas e iniciativas con el objeto de abordar todas estas cuestiones y poder trabajar al lado de los ayuntamientos, las asociaciones y la ciudadanía en general. Nuestro principal destino ha sido la reconciliación y la construcción de la convivencia.
El trabajo con los ayuntamientos se ha considerado estratégico al entender que su proximidad con la ciudadanía facilita el desarrollo de programas que favorecen la mejora de la comunicación entre la vecindad. También se ha valorado su gran potencialidad para un trabajo, a medio-largo plazo, dirigido a superar los estereotipos y fracturas existentes en la población.
Esta tarea conjunta ha dado lugar a diferentes experiencias locales de cuyo análisis y valoración ya se han podido obtener unas primeras conclusiones que, sin duda, resultaran de interés para todas y todos.
Entre estas conclusiones y, a nivel general, podemos decir que los programas de reconstrucción de la convivencia son procesos que nos pueden llevar a generar nuevas dinámicas en las relaciones a través del análisis conjunto de los hechos claves del pasado y la búsqueda de soluciones compartidas para el futuro.
También se han propuesto iniciativas de recuperación de la memoria y construcción de la convivencia basadas en actuaciones con carácter intergeneracional. La transmisión de conocimientos y saberes de mayores a jóvenes basadas en sus experiencias e historias personales, sufridas en un contexto de violencia han mostrado a las generaciones actuales cómo es posible y necesaria la superación de unos hechos traumáticos en aras de la convivencia. Concretamente, la iniciativa en cuestión ha incidido en el conocimiento y la transmisión de la reconstrucción del tejido social efectuada por aquellas generaciones de la postguerra, en un clima hostil de vencedores y vencidos .
En ambos casos, el principal objetivo de estos procesos ha sido construir las memorias locales a partir de las experiencias personales y colectivas vividas en el municipio, sin equiparaciones pero sin exclusiones, creando espacios abiertos de participación, dialogo y escucha. Son dinámicas de participación que posibilitan asentar los pilares de una futura convivencia social normalizada y no podemos dejar a nadie fuera de este proceso de sanación de las heridas.
Todos estos proyectos tienen un potencial integrador que se debe ampliar y profundizar; somos conscientes de que el esfuerzo debe ser continuado en el tiempo, a la vez que deberán incorporarse nuevas iniciativas que aborden otras necesidades.
Debemos insistir en el desarrollo de políticas de respeto a los derechos humanos para nuestra sociedad, porque estamos convencidos de que sólo así podremos establecer las bases para la construcción de la paz y de una convivencia inclusiva.