Artículo de opinión de Joseba Azkarraga La expectación es lógica. Se trata de un conflicto político profundo y enquistado. Son demasiados años de violencia, se cuentan a decenas las víctimas y el dolor es intenso como para pasar por alto que ahora nos encontramos ante una situación novedosa, con una oportunidad de gran alcance para los dos grandes objetivos del país: la paz y la normalización politica. Por ello es muy fácil de explicar el gran interés que suscita el comienzo de curso. Septiembre no marca esta vez la fecha para una repesca sino que estamos ante un inicio que, en mi opinión, debe guiarse con tesón y prudencia.
Yo no creo que estemos cerca de formar una mesa-foro-ámbito-espacio donde participemos todos los partidos. Lo que sí entiendo es que debemos poner todos los medios para llegar a constituirla sin riesgos de fracaso. No hay que dejarse seducir por plazos y fechas. Nada urge tanto como restituir un diálogo abierto y sincero entre interlocutores de distintos partidos en el que se facilite y anime el contraste sosegado de opiniones y propuestas. En esa aproximación, que no tiene que tener más adjetivo que el de la inclusión, es donde podremos fraguar los sólidos cimientos de futuro. Si algo deben enseñarnos experiencias precedentes en la resolución de conflictos es que ni las prisas ni el proselitismo partidario y permanente conducen a buen puerto. El proceso de paz y normalización en Irlanda -al que miramos por ser el más cercano en el espacio y en el tiempo- vivió primero complicados y hasta turbulentos movimientos de diálogo previo entre fuerzas políticas que arrastraban pesados fardos de desconfianzas y resentimientos, hasta odios incluso, acumulados durante años de agrio enfrentamiento. Por eso animaría a no generar más fricciones a todos los que estamos llamados a buscar un necesario entendimiento.
Los partidos deben fijar posiciones y clarificar posturas para ser entendidos por la ciudadanía, pero ello no exige participar en un diario rifirrafe. Habrá que ir pensando en cambiar el chip programado para etapas en las que la confrontación no pretendía jamás aproximarse al punto de encuentro sino precisamente lo contrario, incentivar el enfrentamiento. Puede tener poco interés la reiteración de los viejos mensajes destinados a contentar a la parroquia y a salir del paso, cuando la verdad es que ni quienes los propagan confían en su eficacia. Así, se puede entender como razonable insistir en que quienes no condenan la violencia lo hagan aunque no por ello dejemos de ser conscientes de que precisamente lo que buscamos es superar esa situación en la que el silencio se ha convertido en delito.
Todos sabemos que nada cambia de la noche a la mañana, pero también intuimos que el cambio es imparable. Y es que por mucho que algunos cultiven todavía discursos del pasado, por mucho que se intente ignorar lo que ocurre ante nuestros ojos, es la realidad la que se impone. Por ello apenas es útil persistir en ese interés desmedido por lidiar faenas en los medios de co-municación. Puede haber llegado el momento en el que lo prioritario no sea garan- tizarse cuotas de protagonismo. Y no abogo por la falta de transparencia ni defiendo un innecesario ocultismo. Lo que quiero es que todos participemos de una discreción que nos permita avances serios y reales.
Estoy convencido de que donde debemos y podemos incidir, tanto el Gobierno del que formo parte como todas las fuerzas políticas, es en dejar claro que paz y normalización política no son lo mismo. Mi partido, EA, ha insistido desde su fundación en la necesidad de distinguir ambos como objetivos irrenunciables para nuestra sociedad vasca. También hemos defendido que sin respeto a la decisión que de forma democrática y pacífica podamos adoptar los vascos, no podrá resolverse el conflicto político que arrastramos. Por eso creo que ahondar en esa reflexión puede ayudarnos a sentar las bases de un espacio nuevo.
Creo igualmente que no debemos postergar un sereno análisis en torno a la territorialidad. Es evidente que el Pueblo Vasco se asienta hoy en un territorio que no solo pertenece a Estados diferentes, sino también a distintas Comunidades Autónomas. Los distintos sentimientos de identidad y pertenencia, todos ellos respetables, nos proponen una diversidad sociológica que no se debe en ningún caso ignorar, pero que tampoco nos puede conducir a soslayar el debate. La posición de EA ha sido clara al defender que la solución debe buscarse en la ya establecida en su día en el Estatuto para el caso de Navarra, que fue la de reconocer y reservar el derecho posponiendo su ejercicio a la decisión de los navarros. En resumen, reconocimiento de una titularidad colectiva y ejercicio libre y democrático. Planteamiento similar al que debe de hacerse y de hecho se hace en el Preámbulo de la Propuesta Politica del Gobierno, aprobado el pasado 30 de diciembre, con respecto a los territorios vascos de Iparralde. En definitiva el reconocimiento de una realidad llamada Euskal Herria.
Este breve apunte sobre asuntos en los que, con tesón y prudencia, deberemos buscar puntos de encuentro, quedaría cojo si no recordamos que un elemento clave para poder trabajar juntos en el mejor futuro de nuestro pueblo debe venir del fin de ETA. Es una exigencia, un clamor. Voy a evitar premeditadamente el debate sobre qué fue primero: si el huevo o si la gallina. Creo sinceramente que hemos sufrido demasiado para enzarzarnos públicamente ahora en la exigencia de condiciones o en la oferta de contrapartidas. Aquí, lo evidente, lo objetivo es que los asesinatos de ETA han cesado; que la kale borroka se reactiva cuando a alguien le interesa que ello ocurra y que ya no existe lugar para la violencia en nuestro pueblo, porque nada que no llegue de manos de la política será aceptado por los ciudadanos.
ETA sabe que ya no le queden trenes a los que subir. Quienes más y mejor defienden los derechos del Pueblo vasco son quienes con su palabra y su compromiso trabajan para que la sociedad vasca sea más justa y más libre. Quienes aún postulan a favor de la violencia es porque no aceptan entender que no hay pistola capaz de dar justicia, bienestar y soberanía a quien nada quiere por la vía de la fuerza. Y la opción mayoritaria de la sociedad vasca es, sin duda alguna, la que apuesta porque sean los responsables políticos quienes se esfuercen para ofrecer salidas a los problemas.
Que nadie menosprecie a esa marea social comprometida con el respeto a todos los derechos de todas las personas. También, en los derechos de los presos, cualquiera que sea el delito cometido. Estoy seguro de que la militancia activa en la defensa de los derechos humanos desplazará inevitablemente a quienes se empeñen en violarlos. No hay espacio para el crimen, la amenaza y la extorsión. Lo mismo que no debe haberlo para el recorte de libertades, la exclusión o la venganza.
Paz y normalización son reclamaciones básicas de nuestros ciudadanos y eje central del programa del Gobierno Vasco que inicia etapa con ilusión y convencimiento. Lo haremos con tesón y prudencia. Estamos decididos a sortear obstáculos y a no cegarnos por críticas y reproches. Aquí no se trata de ponerse medallas porque el mérito, si existe, deberá ser de todos para que todos, en el futuro, encontremos justicia en el acuerdo al que deberemos llegar.
Fuente: Joseba Azkarraga